Niveles de Proyección de Ramiro Guerra
Los niveles o
estadios del hecho folklórico de Ramiro Guerra
Para el estudio del folklore, fenómeno vital de fuerte
espontaneidad en la vida cultural de los pueblos, es necesario tener en cuenta las diferentes
formas en que ésta se puede manifestar dentro de un amplio concepto de la
cultura nacional, desde sus aspectos más directos hasta los más elaborados.
Un análisis previo se impone como prolegómeno al
objetivo real de este trabajo: la teatralidad folclórica, pues la clarificación
y la ubicación de los cuatro niveles donde se hace patente la presencia de este
arte de los pueblos es imprescindible como demarcación que nos permitirá
especificaciones posteriores. A partir de esta delimitación, diremos que existe
un
primer estadio en
el que se desenvuelve la acción del llamado “foco folclórico”, la manifestación
en su más puro estado: aquel ligado internamente a un rito, a un hábito
recreacional, a una tradición o a un imperativo social.
El ritual alrededor de un acontecer religioso implica
mitos, rezos, cantos, toque de tambor, danzas, vestimentas y demás expresiones
plásticas que integran los diferentes aspectos de una parafernalia ritual que
es a constituir el formato integral de un contenido místico acorde con una
civilización, con la ideología de un desarrollo cultural, por ejemplo: los Los
Orishas y sus danzas, sus cantos y ropajes que los individualizan; las leyendas
y caminos que narran sus avatares; los altares, imágenes y símbolos de cada
santo; los colores y sus entrecruzamientos, en fin, la compleja armazón del
panteón yoruba, por citar una manifestación viva y familiar a nuestra cultura,
es un hecho folclórico concreto y directo cuando se efectúa en el marco de los
oficiantes, quienes al utilizar todos los aditamentos y efectuar las acciones
rituales cumplen una significación utilitaria, viva y directa al fin ceremonial
de la comunicación con sus deidades. El oficiante –baile, canto, toque los
tambores o actué dentro de cualquiera de los aspectos del hecho folklórico- lo
hace no para ser observado, sino para su propia complacencia de comunicación
con su creencia religiosa.
La forma está ligada a su contenido de manera
indisoluble: normas rituales específicas definen logros dependientes del exacto
cumplimiento del ceremonial. Un color diferente al del Orisha no podrá ser
intercambiado por otro, a menos que normas que se hayan hecho tradición lo
permitan, pues de acuerdo con su naturaleza el folklore no es un actividad
estática en tiempo y espacio (como usualmente se cree), sino un hecho vivo, y
como tal en movimiento, en perspectiva de cambio.
Los hábitos
recreacionales como las Fiestas de Rumbas, las manifestaciones emanadas de
organizaciones tales como las Tumbas Francesas, o los Juegos y Potencias
Abakuás, los Bandes Rara, de ascendencia haitiana, que tanto auge están
adquiriendo en nuestro suelo, pueden agregarse a la lista –no agotada- de los
hechos que constituyen manifestaciones de un “foco folklórico”.
El segundo
estadio es
aquel en que las manifestaciones surgidas del primero son aprehendidas en sus
aspectos formales, como valores musicales, danzarías, literarios y plásticos,
pero desvinculados de sus contenidos originales que se han perdido vigencia en
el ámbito cultural del grupo que lo ejerce o de la época en que se revive. Este
es el caso, por ejemplo, del músico actual que aprende y ejecuta toques
provenientes de las raíces africanas; el escritor que recoge y proyecta
historias o leyendas de tradiciones folklóricas; el bailarín o grupo que se
entrenan en el conocimiento de danzas de origen folklórico y los interpreta
después, en fin, cualquier forma de expresión cultural de los valores
folklóricos, independiente del foco original. En este nivel, casi siempre, se
ejerce la actividad folklórica en función de poder ser observada o captada por
otros, y se establece una variante de comunicación con la presencia de personas
que solo participan como observadores de una acción, que por otra parte es
ejercida por el ejecutante como recreacional o estudiosa, culturalmente
hablando, ligada a gustos propios de una identidad nacional que se expresa con
su lenguaje basado en formas y normas tradicionales. Esta es la llamada
“proyección folklórica” donde, aunque se cuidan las reglas formales del hecho
folklórico, se le imponen restricciones que acomoden la coreografía al ojo del
observador. En esta nueva situación, ciertos imperativos de tiempo y espacio
obligan a regularidades para hacer viable la relación de comunicación entre los
ya citados ejecutantes y observador. La “teatralización folklórica”, es aquel tercer nivel
o estadio e que un
trabajo técnico y especializado desarrolla y amplia con necesarias
estilizaciones las manifestaciones folklóricas, sin salirse de fronteras y
marcos que puedan deformarla y dimensionar su foco comunicativo a nivel de lo
que se llama espectáculo teatral: considerable reunión de efectos sensoriales
que magnificados ejercen sobre un público, que puede ser masivo, efectos
estéticos capaces de sensibilizarlos emotiva e intelectualmente.
El cuarto y
último estadio se
ubica en el ámbito de la creación artística, inspirada en el lenguaje
folklórico nacional. Aquí el artista manipula la tradición folklórica a su leal
saber y entender: la toma, reforma, recrea y utiliza como sujeto de las más
atrevidas lucubraciones personales y artísticas.
En esta línea proyectiva, es importante continuar con las
teorías de Guerra (1989), importante coreógrafo, escritor y danzante cubano,
que contribuyo teóricamente en el análisis de las danzas cubanas. Ramiro
Guerra, aparte de ser doctor en derecho fue director y coreógrafo del conjunto
nacional de danzas de Cuba a finales del sesenta del siglo pasado (Sanz, 2012).
Sus trabajos en Cuba, se consideran como los pioneros en
dicho país, puesto que anterior a él no había otros coreógrafos que abordaron
la danza moderna con insumos de folklore (Sanz, 2012). Guerra comprendía que el
folklore es un foco que tiene elementos utilizables para la construcción de
puestas escénicas a partir de un tratado profesional, además de ello, como un
instrumento para la construcción de la identidad en Cuba.
Por ello, en su obra la teatralización del folklore y otros
ensayos, Guerra propone a partir de estadios, diversas formas de cómo se
vivencia el folklore. A propósito de ello, Guerra expresa lo siguiente: Mi
trabajo en lo folklórico fue muy interesante, porque me metí en las raíces ya
más profundas del folklor y tuve que pensar ahí que ya no está haciendo danza
moderna con el folklor, sino que estaba haciendo folklor puro, sin embargo, con
el criterio de teatralización mío, en que yo consideraba que el folklor al ser
llevado al escenario tenía que hacerse unas condiciones de percepción muy
especiales (Hernández, s/f., p. 285).
En un plano artístico, Guerra diferenciaba cuatro niveles la
forma como uno vivencia el folklore. Álvarez (2017), presenta un cuadro donde
resume estos cuatro niveles o estadios:
1er. ESTADIO Foco Folklórico. Ligado a un rito, a una
tradición. Se expresa dentro del hecho folklórico y se hace no para ser
observado.
2do. ESTADÍO Actividad folklórica. En función de poder ser
observada, aprendida formalmente. Desvinculada de sus contenidos originales.
“Proyección folklórica”.
3er. ESTADÍO Teatralización Folklórica. Trabajo técnico y
especializado, desarrollado con necesarias estilizaciones. Sin deformarlo y
dimensionando su foco comunicativo.
4to. ESTADÍO Creación artística inspirada en el lenguaje
folklórico. El artista manipula la tradición a su saber y entender. (p.86).
Estas ideas expresas por Guerra, ayuda a poder teorizar y
categorizar los diversos performances que se observan en nuestro país, como
también a aquellas expresiones propias de los pueblos andinos y amazónicos que
practican sus danzas para sí mismos. Si bien es cierto, las teorías de Guerra
nacen del contexto danzario de Cuba, pueden aplicar en nuestra realidad
académica, artística y cultural, puesto que, en la actualidad, convivimos con
todas estas formas de cómo ejecutar una danza folklórica.
Se puede ver una diversidad amplia de danzas tradicionales
practicadas por sus propios agentes en determinados tiempos y espacios, pero
también, vemos como estas mismas expresiones son ejecutados por otros agentes
en otros espacios y con otros elementos adicionales que no precisamente son
parte del fenómeno folklórico. Para Guerra el folklore es todo aquel conjunto
de expresiones tradicionales expresadas en; mitos, rezos, cantos, toque de
tambor, danzas, vestimentas, y otras expresiones plásticas, las cuales son
ejecutadas no para ser observadas sino para su propia complacencia de comunicación
en determinados grupos sociales (Guerra, 1989).
En ese sentido, Guerra propone diversos performances
teniendo como insumo el foco folklórico, quiere decir, las expresiones
tradicionales que se practican en ciertos lugares, las cuales poseen una carga
artística, histórica y cultural, para ser llevadas a un plano artístico
utilizando elementos de la danza moderna. Si se analiza este tratamiento
teórico y artístico propuesto por Guerra, se puede observar que muchas de las
danzas que llamamos folklóricas, de proyección, inventadas o recreadas,
transitan en gran medida, en la categorización planteaba por Guerra.
Existe en el Perú, muchas danzas que se practican en los
diversos escenarios públicos, colegios, coliseos, etc. que no necesariamente
provienen de una danza tradicional, sino más bien, son danzas que han sido
construidas a partir de un hecho folklórico, o como Guerra los define, foco
folklórico.
Por ejemplo, el caso de la danza Papa Tarpuy de Cusco, Jala
Calchay de Junín, Pisado de habas de Arequipa, Yapuchiris de Puno, etc. Estas
expresiones danzarías, se han venido definiendo como danzas tradicionales, sin
embargo, en los lugares donde se menciona su ubicación no existen como tales,
sino, como actividades agrícolas.
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